Mensaje del Papa Francisco para la III Jornada Mundial de los Abuelos y de las Personas Mayores
23 de julio de 2023 (se celebra el cuarto domingo de julio)
«Su misericordia se extiende de generación en generación» (Lc 1,50)
Queridos hermanos y hermanas:
«Su misericordia se extiende de generación en generación» (Lc 1,50):
este es el tema de la III Jornada Mundial de los Abuelos y de los
Mayores. Es un tema que nos reconduce a aquel encuentro bendito entre
la joven María y su pariente anciana Isabel (cf. Lc 1,39-56). Esta,
llena del Espíritu Santo, se dirige a la Madre de Dios con palabras
que, a distancia de milenios, acompasan nuestra oración cotidiana:
«Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu
vientre» (v. 42). Y el Espíritu Santo, que ha descendido ya sobre
María, la impulsa a responder con el Magníficat, en el que proclama que
la misericordia del Señor se extiende de generación en generación. El
Espíritu Santo bendice y acompaña cada encuentro fecundo entre
generaciones distintas, entre abuelos y nietos, entre jóvenes y
ancianos. Efectivamente, Dios desea que, como hizo María con Isabel,
los jóvenes alegren el corazón de los ancianos, y que adquieran
sabiduría de sus vivencias. Pero, sobre todo, el Señor desea que no
dejemos solos a los ancianos, que no los releguemos a los márgenes de
la vida, como por desgracia sucede frecuentemente.
Es hermosa, este año, la cercanía entre la celebración de la Jornada
Mundial de los Abuelos y de los Mayores y la de la Juventud; ambas
tienen como tema la “prisa” de María para ir a visitar a Isabel (cf. v.
39), y de ese modo nos llevan a reflexionar sobre el vínculo entre los
jóvenes y los ancianos. El Señor espera que los jóvenes, al encontrarse
con los ancianos, acojan la llamada a custodiar la memoria y
reconozcan, gracias a ellos, el don de pertenecer a una historia más
grande. La amistad con una persona anciana ayuda al joven a no reducir
la vida al presente y a recordar que no todo depende de sus
capacidades. Para los más ancianos, en cambio, la presencia de un joven
les da esperanza de que todo lo que han vivido no se perderá y que sus
sueños pueden realizarse. En definitiva, la visita de María a Isabel y
la conciencia de que la misericordia del Señor se transmite de una
generación a la otra revelan que no podemos avanzar —y mucho menos
salvarnos— solos y que la intervención de Dios se manifiesta siempre en
el conjunto, en la historia de un pueblo. Es María misma quien lo dice
en el Magníficat, exultando en Dios que ha obrado maravillas nuevas y
sorprendentes, fiel a la promesa hecha a Abrahán (cf. vv. 51-55).
Para acoger mejor el estilo de actuar de Dios, recordemos que el tiempo
tiene que ser vivido en su plenitud, porque las realidades más grandes
y los sueños más hermosos no se realizan en un momento, sino a través
de un crecimiento y una maduración; en camino, en diálogo, en relación.
Por ello, quien se concentra sólo en lo inmediato, en conseguir
beneficios para sí rápida y ávidamente, en tener “todo enseguida”,
pierde de vista el actuar de Dios. Su proyecto de amor, por el
contrario, atraviesa pasado, presente y futuro, abraza y pone en
comunicación las generaciones. Es un proyecto que va más allá de
nosotros mismos, pero en el que cada uno de nosotros es importante, y
sobre todo está llamado a ir más allá. Para los más jóvenes se trata de
ir más allá de esa inmediatez en la que se confina la realidad virtual,
la cual muchas veces distrae de la acción concreta; en el caso de las
personas mayores se trata de no hacer hincapié en las fuerzas que
decaen y de no lamentarse por las ocasiones perdidas. Miremos hacia
adelante. Dejémonos plasmar por la gracia de Dios que, de generación en
generación, nos libra del inmovilismo en el actuar y de los
remordimientos del pasado.
En el encuentro entre María e Isabel, entre jóvenes y ancianos, Dios
nos da su futuro. El camino de María y la acogida de Isabel abren las
puertas a la manifestación de la salvación. A través de su abrazo, la
misericordia de Dios irrumpe con una gozosa mansedumbre en la historia
humana. Quisiera pues invitar a cada uno de ustedes a pensar en aquel
encuentro, más aún, a cerrar los ojos y a imaginar, como en una foto,
aquel abrazo entre la joven Madre de Dios y la madre anciana de san
Juan Bautista; a representarlo en la mente y a visualizarlo en el
corazón, para fijarlo en el alma como un luminoso icono interior.
Y los invito además a pasar de la imaginación a la realización de un
gesto concreto para abrazar a los abuelos y a los ancianos. No los
dejemos solos, su presencia en las familias y en las comunidades es
valiosa, nos da la conciencia de compartir la misma herencia y de
formar parte de un pueblo en el que se conservan las raíces. Sí, son
los ancianos quienes nos transmiten la pertenencia al Pueblo santo de
Dios. Tanto la Iglesia como la sociedad los necesita. Ellos entregan al
presente un pasado necesario para construir el futuro. Honrémoslos, no
nos privemos de su compañía y no los privemos de la nuestra; no
permitamos que sean descartados.
La Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores quiere ser un
pequeño y delicado signo de esperanza para ellos y para toda la
Iglesia. Renuevo por ello mi invitación a todos —diócesis, parroquias,
asociaciones y comunidades— a celebrar esta Jornada, poniendo en el
centro la alegría desbordante de un renovado encuentro entre jóvenes y
ancianos. A ustedes, jóvenes, que se están preparando para ir a Lisboa
o que vivirán la Jornada Mundial de la Juventud en sus lugares de
origen, quisiera decirles: antes de ponerse en camino vayan a encontrar
a sus abuelos, hagan una visita a un anciano que esté solo. Su oración
los protegerá y llevarán en el corazón la bendición de ese encuentro. A
ustedes ancianos les pido que acompañen con la oración a los jóvenes
que van a celebrar la JMJ. Estos muchachos son la respuesta de Dios a
sus peticiones, el fruto de lo que sembraron, el signo de que Dios no
abandona a su pueblo, sino que siempre lo rejuvenece con la fantasía
del Espíritu Santo.
Queridos abuelos, queridos hermanos y hermanas mayores, que la
bendición del abrazo entre María e Isabel los alcance y colme de paz
vuestros corazones. Los bendigo con afecto. Y ustedes, por favor, recen
por mí.
FRANCISCO
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